Las paredes están mejor pintadas de noche, pero la espontaneidad del piso reluce a la perfección los sábados a las once y veintidós, cuando el sol, que camina por sobre el techo del vecino de enfrente, se cuela por debajo del cúmulo de antiguas hendijas horizontales de la persiana gris, en ese sector de la ventana que separa a mi habitación de una selva.
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