domingo, 10 de diciembre de 2006

Antes y después de la ciencia

El miedo es una seguidilla de lugares comunes. Es lo más perfecto del cosmos y al mismo tiempo es profundamente inexistente. Un factor constructivo/destructivo/parricida.

Con él comen burgueses, comunes y de los que mienten veinticuatro veces por segundo. De un modo u otro, todos. Son imperceptibles, omnipotentes, y yo no quiero ser. Tan poderosos como un asteroide en celo.

Todas las sensaciones juntas vendidas a un palmípedo absurdo que vive con su familia en un planeta vigoroso.

“Si te despertás, avisame; no soporto esta agonía”, fue el llamado principal y las últimas palabras de ese terco amnésico, que vivía en un universo atemporal, y para el cual perder el tiempo era sólo un rebusque poético.

Y después de todo, los seis sabíamos que sería así, que nada iba a tener un final cierto, y que las decisiones más temperamentales son las únicas homologables al terror a los murciélagos.

No hay comentarios: